martes, 21 de abril de 2020

El Sol sale cada día y tú también estás (Relatos cortos de Sant Jordi)


Por Marta
Imagen de Isa KARAKUS en Pixabay
Eran las ocho de la mañana, lo supe porque el despertador sonó. Inmediatamente alargué la mano para pararlo pero se me cayó encima de la cama y aunque estuve palpando no lo encontré, por lo que no paró de sonar hasta que él quiso. Me dolían los parpados y mi dolor de cabeza seguía jodiéndome los despertares. Me toqué el pecho y me dije para mí misma, un día más y un día menos, aunque lo de menos no sabía muy bien qué significaba: que faltaba menos para el confinamiento, que faltaba menos para que me contagiara o que faltaba menos para que se me cruzaran los cables y empezara a correr desnuda hasta la playa más próxima, que por cierto estaba a unos 100 metros de mi casa.

Me levanté y empecé con mi cotidianidad, consistente en pensar, gracias a un ERTO, en que ocuparía más o menos las próximas 12 horas antes de volver a acostarme, pero eso sí, seguía poniendo el despertador. Que cosa verdad. Todos los mal llamados héroes y heroínas, por estar en casa, hacíamos lo mismo con las variantes según el número de habitantes de cada domicilio y las circunstancias personales, la mía era de soledad absoluta. No es que no estuviera concienciada de mi responsabilidad como ser humano y ciudadana, lo que me molestaba era esa continua necesidad de las autoridades y los políticos de darnos coba a través de la publicidad y los medios de comunicación de lo importante que éramos para controlar el CORONAVIRUS alias COVID19. Me sentía indefensa, vulnerable y manipulada o mejor dicho rabiosa por no poder controlar mi vida. Me la habían robado, nos la habían robado ¿pero quién? Puede que un virus simplemente, puede que un producto del cambio climático, puede que un contubernio político/económico o puede que sea el último regalo de la naturaleza para que no acabemos tan rápido con la especie humana.
Imagen de mohamed Hassan en Pixabay

Soy aficionada a la ciencia ficción y durante mis ratos de insomnio, hacía un repaso de las películas o libros del género que recuerdo, y reconozco que en todos encontraba algún paralelismo con la situación que el planeta tierra está sufriendo. Será que no tengo nada mejor que hacer. Eso no es verdad. Hacía muchas cosas, pero no me sentía bien, además con los compañeros de la editorial que trabajaba como lectora, estábamos intentando organizar algún evento (telemático of course) para que Sant Jordi 2020 no fuera el más triste de nuestras vidas, y apenas faltaba un mes. Todo esto me lo iba diciendo yo misma al mismo tiempo que estaba tomando mi media horita de sol en mi terraza.

 - Hola, hola ¿me oyes?
- Que, ¿quién habla?
- Tu vecino, aquí

Caramba, una cabeza asomaba por encima del cristal que separa las dos terrazas

- Tranquila estamos a más de dos metros
- Que tal, ¿nos conocemos?
- No, pero somos vecinos

 Ya, en el edificio somos como 25

-  Sí, pero nosotros estamos al lado, me llamo Alberto
- Yo Olimpia
- Que poderío de nombre
- No te creas solo es el nombre
- Venga que te he visto por la calle y si tienes poderío
- Pues yo a ti no te lo noto ahora
- Es que no destaco mucho. Hace poco que vivo aquí y solo, creo que tú también
- ¿Por qué lo dices?
- Pues porque te he visto varios días en la terraza y no hay nadie más
- Es que lo tengo encerrado en el baño
- ¿Siempre?
- No, es verdad vivo sola y ¿tú?
- Sí también, pero no soy un bicho raro, son circunstancias
- ¿Me estás diciendo que yo lo soy?
- Nada más lejos de mi intención, intentaba una buena tarjeta de presentación.

Mientras hablaba, lo iba observando discretamente, era de mi edad más o menos 40 y….
Pero lo más importante, no era Skype ni un facetime, era un ser humano de carne y hueso y parecía agradable.

Estuvimos conversando bastante rato, con la distancia obligada, y la verdad es que cuando nos despedimos estaba contenta, seguramente porque me sentía más acompañada.

Han pasado muchos meses desde aquellos días de confinamiento, la normalidad como la conocíamos no ha vuelto y ni se sabe cuándo volverá. Ahora nos conformamos con que muera la menor gente posible por el virus o debido a sus consecuencias y que los avances científicos conseguidos sean eficaces. Dicen que pronto, ya se comercializará la vacuna. Yo me pregunto si se ha ganado algo con esta pandemia, porque lo que se ha perdido es muchísimo y muchas vidas.

No quiero caer en pensamientos de buenísimo (una palabra moderna donde las haya), la raza humana es cruel, autodestructiva, actúa bajo el lema sálvese quien pueda, se arrepiente pocas veces y tiene muy poca memoria. Le falta conciencia crítica de especie y seguramente repetiremos errores que nos pueden llevar a un colapso en la siguiente pandemia, que tarde o temprano volverá. Que quede claro que esto no lo digo yo, lo dicen los expertos.

Lo que sí ha conseguido la pandemia es que mucha gente frenara su vorágine de vida y después del impacto inicial empezara a fijarse y a relacionarse en y con su entorno de otra manera. Creo que hemos pasado de vivir en micro universos a ser conscientes que todos estamos en el mismo macro universo y que lo de controlarlo todo era, es y será mentira y es imposible.

Por lo que a mí respecta, mi vecino Alberto ha sido el regalo que la vida me ha hecho, porque no me gusta reconocer que ha sido el COVID19. Desde el día que asomó su cabeza por el separador de las terrazas no hemos dejado de vernos. Primero hablando y la ventaja de no poder tocarnos fue buena, porque no tuvimos tentaciones y eso hizo que se generara muy buen rollo de amistad antes de… Bueno ya se entiende.

Pero hay que ver la que montamos juntos aquellos días, conseguimos que otros vecinos de la escalera se involucraran y empezamos a colaborar con varias asociaciones de ayuda del barrio, primero llamando por teléfono a personas mayores que vivían solas. Cuando se flexibilizaron las normas del confinamiento empezamos a repartir comida y fue increíble. 

Imagen de bstad en Pixabay
Alberto era nuevo en el barrio pero yo hacía más de diez años que vivía en él y no conocía a casi nadie. Era como si hubiera llegado a otro lugar distinto, el cual me abría sus puertas y ventanas para que yo entrara en él y me fundiera en un largo abrazo con todo el que se cruzara conmigo.

Mal me pese reconocer, ahora me siento mejor persona. Digo esto porqué yo ya me sentía buena persona, pero es diferente y no sé explicarlo bien. Cuando se lo digo a Alberto me dice, con su pragmatismo habitual, que he descubierto que más allá de la familia y de los amigos formar parte activa de un colectivo humano, dando y recibiendo ayuda es alimentar las almas, para generar energía positiva y elevar las conciencias. Él es un poeta, yo no.

Lo que sí es verdad es que cuando me paseo por el barrio, o visito el centro cívico, la gente me saluda y me sonríe porque nos conocimos y nos ayudamos durante el confinamiento. Mi familia me dice que he recuperado la risa de mis veinte años y mis amigos que se me nota que estoy enamoradita. Creo que las dos cosas son verdad, aunque yo me siento más feliz y ligera porque me siento cercana a los demás, y a la vez satisfecha de conmigo misma. He descubierto que escuchar a la gente no me cansa, al contrario me abre la mente y la creatividad. En este sentido estoy contenta porqué he propuesto, al casal de barrio, organizar un par de veces al mes un encuentro de gente mayor para que se relacionen y conocer sus necesidades. Les ha parecido una buena idea y ya hemos creado un grupo para llevarlo a cabo, donde por supuesto está Alberto. Es tan majo.

Muy a menudo me acuerdo de mi abuela Antonia, la madre de mi madre, que ahora tendría 105 años y que se murió con 73. Sus últimos tres años vivió con nosotros y me decía con tristeza que lo que menos le gustaba de nuestro entorno, exceptuando la familia, era la frialdad entre las personas. Me contaba que ella conocía a todos sus vecinos y hablaba con ellos y si hacía falta se ayudaban y compartían, y que ahora con 70 años ya no conocía a nadie ni nadie la conocía a ella.

Curioso verdad que un simple virus, por muy letal que sea, haya conseguido parar el individualismo en el que nos manejábamos, el consumo, el modelo social y el económico.  Deberíamos saber actuar como  sociedad y más allá de la necesaria solidaridad global, enfrentarnos de manera más efectiva al gran problema que significa el cambio climático y la contaminación del aire. Cada año mueren muchas personas por culpa de esta contaminación producida por los vehículos, pero también por todas las industrias contaminantes existentes.

Si no cambiamos, lo tendremos muy crudo. Hace muchos años leí un cuento oriental que decía que cualquier acción, sea buena o mala, afecta a muchas personas. Cuando se realiza una acción siempre hay una consecuencia para algo o para alguien y estos, a su vez, generan una consecuencia a terceros y así sucesivamente.

En resumen, hay que ser optimista y cada cual poner su granito de arena, porqué el sol sigue saliendo cada mañana.


Imagen de Radoan Tanvir en Pixabay
Otra cosa que he notado es que ya no me despierto con dolor de cabeza, ¿será que generar energía positiva es mejor que un paracetamol?

No hay comentarios:

Publicar un comentario