Por Marta
Me levanté y empecé con mi cotidianidad, consistente en pensar, gracias
a un ERTO, en que ocuparía más o menos las próximas 12
horas antes de volver a acostarme, pero eso sí, seguía poniendo el despertador.
Que cosa verdad. Todos los mal llamados héroes y heroínas, por estar en casa,
hacíamos lo mismo con las variantes según el número de habitantes de cada
domicilio y las circunstancias personales, la mía era de soledad absoluta. No
es que no estuviera concienciada de mi responsabilidad como ser humano y
ciudadana, lo que me molestaba era esa continua necesidad de las autoridades y
los políticos de darnos coba a través de la publicidad y los medios de
comunicación de lo importante que éramos para controlar el CORONAVIRUS alias
COVID19. Me sentía indefensa, vulnerable y manipulada o mejor dicho rabiosa por
no poder controlar mi vida. Me la habían robado, nos la habían robado ¿pero
quién? Puede que un virus simplemente, puede que un producto del cambio
climático, puede que un contubernio político/económico o puede que sea el
último regalo de la naturaleza para que no acabemos tan rápido con la especie
humana.
Soy aficionada a la ciencia ficción y durante mis ratos de insomnio,
hacía un repaso de las películas o libros del género que recuerdo, y reconozco
que en todos encontraba algún paralelismo con la situación que el planeta
tierra está sufriendo. Será que no tengo nada mejor que hacer. Eso no es
verdad. Hacía muchas cosas, pero no me sentía bien, además con los compañeros
de la editorial que trabajaba como lectora, estábamos intentando organizar
algún evento (telemático of course) para
que Sant Jordi 2020 no fuera el más triste de
nuestras vidas, y apenas faltaba un mes. Todo esto me lo iba diciendo yo misma
al mismo tiempo que estaba tomando mi media horita de sol en mi terraza.
- Hola, hola ¿me oyes?
- Tu vecino, aquí
Caramba, una cabeza asomaba por encima del cristal que separa las dos
terrazas
- Tranquila estamos a más de dos metros
- Que tal, ¿nos conocemos?
- No, pero somos vecinos
Ya, en el edificio somos como 25
- Sí, pero nosotros estamos al
lado, me llamo Alberto
- Yo Olimpia
- Que poderío de nombre
- No te creas solo es el nombre
- Venga que te he visto por la calle y si tienes poderío
- Pues yo a ti no te lo noto ahora
- Es que no destaco mucho. Hace poco que vivo aquí y solo, creo que tú
también
- ¿Por qué lo dices?
- Pues porque te he visto varios días en la terraza y no hay
nadie más
- Es que lo tengo encerrado en el baño
- ¿Siempre?
- No, es verdad vivo sola y ¿tú?
- Sí también, pero no soy un bicho raro, son circunstancias
- ¿Me estás diciendo que yo lo soy?
- Nada más lejos de mi intención, intentaba una buena tarjeta de
presentación.
Mientras hablaba, lo iba observando discretamente, era de mi edad más o
menos 40 y….
Pero lo más importante, no era Skype ni un facetime, era un ser humano de carne y hueso y parecía agradable.
Pero lo más importante, no era Skype ni un facetime, era un ser humano de carne y hueso y parecía agradable.
Estuvimos conversando bastante rato, con la distancia obligada, y la
verdad es que cuando nos despedimos estaba contenta, seguramente porque me sentía
más acompañada.
Han pasado muchos meses desde aquellos días de confinamiento, la
normalidad como la conocíamos no ha vuelto y ni se sabe cuándo volverá. Ahora
nos conformamos con que muera la menor gente posible por el virus o debido a sus
consecuencias y que los avances científicos conseguidos sean eficaces. Dicen
que pronto, ya se comercializará la vacuna. Yo me pregunto si se ha ganado algo
con esta pandemia, porque lo que se ha perdido es muchísimo y muchas
vidas.
Lo que sí ha conseguido la pandemia es que mucha gente frenara su
vorágine de vida y después del impacto inicial empezara a fijarse y a
relacionarse en y con su entorno de otra manera. Creo que hemos pasado de vivir
en micro universos a ser conscientes que todos estamos en el mismo macro
universo y que lo de controlarlo todo era, es y será mentira y es imposible.
Por lo que a mí respecta, mi vecino Alberto ha sido el regalo que la
vida me ha hecho, porque no me gusta reconocer que ha sido el COVID19. Desde el
día que asomó su cabeza por el separador de las terrazas no hemos dejado de
vernos. Primero hablando y la ventaja de no poder tocarnos fue buena, porque no
tuvimos tentaciones y eso hizo que se generara muy buen rollo de amistad antes
de… Bueno ya se entiende.
Pero hay que ver la que montamos juntos aquellos días, conseguimos que
otros vecinos de la escalera se involucraran y empezamos a colaborar con varias
asociaciones de ayuda del barrio, primero llamando por teléfono a personas
mayores que vivían solas. Cuando se flexibilizaron las normas del confinamiento
empezamos a repartir comida y fue increíble.
Mal me pese reconocer, ahora me siento mejor persona. Digo esto porqué
yo ya me sentía buena persona, pero es diferente y no sé explicarlo
bien. Cuando se lo digo a Alberto me dice, con su pragmatismo habitual, que he
descubierto que más allá de la familia y de los amigos formar parte activa de
un colectivo humano, dando y recibiendo ayuda es alimentar las almas, para
generar energía positiva y elevar las conciencias. Él es un poeta, yo no.
Lo que sí es verdad es que cuando me paseo por el barrio, o visito el
centro cívico, la gente me saluda y me sonríe porque nos conocimos y nos
ayudamos durante el confinamiento. Mi familia me dice que he recuperado la risa
de mis veinte años y mis amigos que se me nota que estoy enamoradita. Creo que
las dos cosas son verdad, aunque yo me siento más feliz y ligera porque me
siento cercana a los demás, y a la vez satisfecha de conmigo misma. He
descubierto que escuchar a la gente no me cansa, al contrario me abre la mente
y la creatividad. En este sentido estoy contenta porqué he propuesto, al casal
de barrio, organizar un par de veces al mes un encuentro de gente mayor para
que se relacionen y conocer sus necesidades. Les ha parecido una buena idea y
ya hemos creado un grupo para llevarlo a cabo, donde por supuesto está Alberto.
Es tan majo.
Muy a menudo me acuerdo de mi abuela Antonia, la madre de mi madre, que
ahora tendría 105 años y que se murió con 73. Sus últimos tres años vivió con
nosotros y me decía con tristeza que lo que menos le gustaba de nuestro
entorno, exceptuando la familia, era la frialdad entre las personas. Me contaba
que ella conocía a todos sus vecinos y hablaba con ellos y si hacía falta se
ayudaban y compartían, y que ahora con 70 años ya no conocía a nadie ni nadie
la conocía a ella.
Curioso verdad que un simple virus, por muy letal que sea, haya
conseguido parar el individualismo en el que nos manejábamos, el consumo, el
modelo social y el económico. Deberíamos
saber actuar como sociedad y más allá de
la necesaria solidaridad global, enfrentarnos de manera más efectiva al gran
problema que significa el cambio climático y la contaminación del aire. Cada
año mueren muchas personas por culpa de esta contaminación producida por los vehículos,
pero también por todas las industrias contaminantes existentes.
Si no cambiamos, lo tendremos muy crudo. Hace muchos años leí un cuento
oriental que decía que cualquier acción, sea buena o mala, afecta a muchas
personas. Cuando se realiza una acción siempre hay una consecuencia para algo o
para alguien y estos, a su vez, generan una consecuencia a terceros y así
sucesivamente.
En resumen, hay que ser optimista y cada cual poner su granito de arena,
porqué el sol sigue saliendo cada mañana.
Otra cosa que he notado es que ya no me despierto con dolor de cabeza,
¿será que generar energía positiva es mejor que un paracetamol?
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